lunes, 10 de diciembre de 2012

UNA CARTA

Hace un vago número de muchos meses que me ve usted mirarla, mirarla constantemente, siempre con la misma mirada incierta y solícita. Yo sé que ha reparado en eso. Y como ha reparado, debe de haber encontrado extraño que esa mirada, no siendo propiamente tímida nunca esbozase una significación. Siempre atento, vago y lo mismo, como que contento de ser sólo la tristeza de eso... Nada más... Y dentro de su pensar en eso –sea cual sea el sentimiento con que haya pensado en mí– debe de haber observado mis posibles intenciones. Debe de haberse explicado a sí misma, sin satisfacerse, que yo soy o un tímido especial y original, o cualquier especie de algo emparentado con el ser loco.

Yo no soy, mi Señora, ante el hecho de mirarla ni estrictamente un tímido, ni verdaderamente un loco. Soy otra cosa primaria y diversa, como, sin esperanza de que me crea, le voy a exponer. Cuántas veces murmuraba a su ser soñado: Cumpla con su deber de ánfora inútil, haga su función de mera copa.

¡Con qué saudade de la idea que quise forjarme de usted comprendí un día que estaba casada! El día en que entendí eso fue trágico en mi vida. No tuve celos de su marido. Nunca pensé si acaso los tendría. Simplemente eché de menos mi idea de usted. Si un día supiese este absurdo –que una mujer en un cuadro– sí, esa– estaba casada, el mismo sería mi dolor.

¿Poseerla? Yo no sé cómo se hace eso. Y aunque tuviera sobre mí la mancha humana de saberlo, ¡qué infame no sería para mí mismo, qué insultador agente de mi propia grandeza, al pensar siquiera en ponerme al mismo nivel que su marido!

¿Poseerla? Un día que acaso fuera sola por una calle oscura, un asaltante puede someterla y poseerla, hasta puede fecundarla y dejar tras de sí ese rastro uterino. Si poseerla, poseerle el cuerpo, ¿qué valor hay en eso?

¿Que no le poseyó el alma?... ¿Cómo se posee un alma? Y puede haber uno hábil y cariñoso que consiga poseerle ese "alma". Que sea ese su marido. ¿Quería que yo descendiera a su nivel?

¡Cuántas horas he pasado en secreta convivencia con la idea de usted! ¡Nos hemos amado tanto, dentro de los mismos sueños! Pero incluso ahí, se lo juro, nunca me soñé poseyéndola. Soy un delicado y un casto incluso en mis sueños. Respeto hasta el sueño de una mujer bella.


© Fernando Pessoa, Livro do desassossego, vol. II (versión de António Quadros).
Traducción: Javier Mérida

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