sábado, 20 de junio de 2009

CARTA ABIERTA A LA TOTAL INCOMPOSTURA

Unos quieren. Otros desean. Muchos deciden. Todos opinan. Nadie comprende. La inmensa mayoría de nuestros sueños se hallan abocados a quedarse ahí, detenidos en la conciencia que no cesa de engatusarnos con miles de aromas, colores, formas. Los que aman se creen con el derecho recíproco de ser amados más de lo que aman. Los que odian se consuelan con ser iguales que los que aman, pero siempre con la mano aferrada al clavo ardiendo de lo que mal llaman "pasión". Nada convence, nada es suficiente... Se busca desesperadamente una solución a algo que no se sabe muy bien qué es; ni siquiera se tiene la certeza de que haya un "verdadero problema". En esta anestesia común que compartimos, el tiempo se va colando poco a poco, con su ritmo pausado y a veces veloz, dejándonos a dos velas, en la desnudez más pura de nuestra deriva.

No es nada fácil declararse nómada. Menos aún considerarse heredero de un legado de miles de años de total confusión para justificar ese vaivén constante. Las raíces se van atrofiando y todo parece fluir de manera diáfana sin una justa observación, sin la afinación adecuada del sonido que nos guíe hacia el verdadero estado del ser que pretendemos ser. Y este anhelante desfile de máscaras, esta carrera en vano hacia la asfixia de la naturaleza de cada cual no hace otra cosa que prolongar hasta el hastío el vandalismo aplicado sobre la condición humana.

Nada lejos estamos de una ruptura consecuente y transgresora de los valores que ya no cotizan en la tan sacrosanta personalidad. Tan sólo basta con que la línea se haga visible y, con sutil ademán, poner un pie al lado del otro y cambiar el sentido del nuevo camino que se nos presenta ahora de frente: sin nomenclaturas, sin membretes, sin clases, sin especies, sin órdenes, sin señales de dirección, sin rumbo. Volver al asombro que no sorprende ya y limpiarlo, arrancarle las capas más duras y recoger su tuétano entre las manos, como quien acoge a un pajarillo herido que no sabe ya a que altura del árbol se encuentra su nido.

De esta manera, lo que parece ser no es lo que es, ni mucho menos. Y, a menudo, lo que realmente es, se esconde tras lo que creemos que es. No es momento de que una nueva fe mueva las montañas que la anterior dejó en su sitio. No es momento de fe. Es un momento de hacer de nuevo, de rasgarnos las viejas vestiduras de una vez por todas y recomenzar, tranquilamente, sin aspavientos. La incompostura se hace patente en este instante, pues algo dentro de nosotros se viene revolviendo desde hace siglos y necesita salir a la luz clara de la verdad. No hay verdad que buscar; no hay nada en esa verdad que haga que las cosas tengan más o menos el valor que se les asigna.

Partimos de una conciencia personal, individual aunque transferible al resto. La experiencia ha de ser conocida, pero no impuesta como dogma. La experiencia nos brinda cada día sus brazos para dejarnos la soberbia colgada en el armario junto a otros elementos de nuestra indumentaria diaria que nos desdibuja la cara en el momento más inesperado. Todo es posible porque todo existe.

No tiene ningún sentido huir ni tampoco perseguir. Tan sólo estemos, seamos y hagámonos la vida menos imposible. Sólo así seremos capaces de asentar bien los pies sobre la tierra que hemos elegido para vivir de donde parten todos los caminos que aún quedan por andar.

© Javier Mérida

2 comentarios:

colorprimario dijo...

Es evidente que esta sociedad vive tiempos de decadencia, de un culto al yo que siempre deriva en fascinación hacia cualquier otro. Partiendo de ahí, resulta alentador tu texto. Sería hermoso poder quitarnos la máscara cualquier día de estos, darle la vuelta a los prejuicios sociales, que jerarquizan nuestro comportamiento dejándonos a menudo irreconocibles ante quienes pretenden entendernos.

Quizá para mutar de una vez en nosotros mismos, sin que esto tenga de por sí más importancia de la que tiene, haría falta un cambio cultural que focalizara toda nuestra atención en algo que no fuera la sacrosanta personalidad. Mirar hacia fuera sabiendo que lo de dentro es y será siempre lo que es. Y dá la impresión de que esta caótica sociedad tarde o temprano tendrá que mirar hacia fuera, hacia los límites de una idiosincracia basada en la necesidad tan arraigada que tenemos los unos de los otros.

Y aún está por ver si ese cambio es posible, pero yo así lo espero.


Un abrazo Javi...

D.

hamadríade dijo...

Se amontona el deseo, la blanda incompostura
y un aliento pasa por las grietas de mi alma.
Dejo pasar la vida por mi cuerpo, como una alegoría,
una baba que crece y envuelve mi destino.
Me rompo, me reconstruyo, me alimento del dios que he creado,
me crecen alas cuando noto tu roce furtivo
y un aliento me pasa por las grietas del alma.

Me ha encantado tu texto.
Un saludo,
hamadríade