martes, 22 de julio de 2008

A LA ZAGA DE LA POESÍA

“Cuando tuve conciencia
de que escribir es algo profundamente serio,
me sentí responsable,
me culpé de no haber dicho antes
tantas cosas que duelen,
de no correrle un nudo a tanta soga,
de no tapiar tanto corral que grita,
tanto muro de llanto que avergüenza.”

Manuel Castañeda


Aún no acabo de creerlo...
Largos tiempos de ferviente y compulsivo trabajo, de dolor exhaustivo, de risas desamparadas y sonrisas cándidas o perversas, de sonámbulas ensoñaciones, de estudio atento, de rabias ensanguinadas y soeces, de reflexión despistada. De abismos y de edenes, suicidios y resurrecciones. Continuos juegos de exploraciones inquietas, internas y externas, de aventuras y desventuras en el mundo y en mis mundos, en plena y continua búsqueda de... ¿qué?
Al fin lo sé. Buscaba, desesperado, hambriento, zigzagueante, calmo, confuso, decidido, ansioso, divagante, firme y vigoroso, tímido e indeciso, temeroso, herido y desbocado, aturdido, cobarde y valiente, anonadado, convulso, indefenso y armado, muy serio y carcajeándome... Buscaba, lentamente, aprisa, arrastrándome como un hongo reptante o volando a ras de nube... Buscaba, al filo de la tumba o buceando hacia lo hondo de océanos mudos e imposibles, latientes, vivos, misteriosos, eternos, efímeros y fértiles... Buscaba, sin saber qué buscaba. Buscaba, sin saber que buscaba al hombre. Al hombre bajo el hombre. Al hombre entre el hombre, dentro del hombre, a lo más humano de lo humano. Al latir de llamaradas glaciales. Al fluir del hielo ardientemente ensangrentado. Buscaba al poeta. O... ¿tal vez era la poesía la que corría tras mis huellas, como un hambriento felino depredador a la caza intestinal de su presa?
... Y la dulce bestia iridiscente acabó devorando, a exasperados mordiscos y mudos rugidos, todas y cada una de mis tiernas entrañas.


“si no es en un poema será en otro
la poesía te viene a la saga”

Tina Suárez Rojas


Aún la piel se me eriza y me tiembla el esqueleto al pensarlo. No obstante, en medio del batir de alas de mis dudas, entre mis tormentosas incertidumbres y debilidades, hoy humildemente me atrevo a anunciar: amanezco un poco poeta.
Tan inmensamente enorme me viene la magnificente choza de cristal de ámbar del poeta, su humilde y modesto palacio de barro cocido entre las nubes... Nunca fue mi talla suficiente a llenar tanta modesta morada.
Da miedo ser poeta.


Y yo, ¿para qué quiero la poesía?
¿Para subir a la rama más alta,
concurrida,
del laurel de Apolo,
y colgarme luego de ella,
como un Judas de mí misma?

Paula Nogales Romero


Poeta es compromiso y responsabilidad. Locura, desenfreno, tormentas y bocados de paz. Es nudo y libertad, lazo y azar, amarra de sangre, sonrisas y sudor. Poeta es trabajo, es cansancio, ocio y vitalidad. Es reflexión y latido. Poeta es estar presto a dar la sangre por el vivir de la sangre, por el florecimiento del jardín de los sueños. Poeta... el chamán, el hechicero, el abracadabra de las ilusiones, el albañil de las sombras y los soles. Aquel que desviste la cotidiana realidad, hasta dejarla tan impúdica y sonrosadamente desnuda que queda convertida toda ella en tibia yema de ternura o en mordisco enrojecido por la rabia. Queda, la realidad desnuda, tiritando, tan sólo vestida con el abrigo enredado de un abrazo, arropada de lágrimas que surcan, rostro abajo, cual cascadas de cáustico ácido acre o dulce, o cubierta de besos como arroyos de saliva regados por el magma del deseo.
La poesía me hizo un poco poeta. Sin quererlo ni saberlo.


“Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!”

Gustavo Adolfo Bécquer


El poeta no es tan sólo aquel que generosamente esparce, sin ton ni son, sueños, semillas, sangres, huracanes, vientos, nubes y latidos, en el sembrado fértil y entintado de una página. El oficio de poeta conlleva la responsabilidad de andar el difuso sendero de una vida. Al igual que un padre o una madre, al alcanzar a serlo, el poeta adquiere un vivo y letal, ardiente y arduo, hiriente y heridor, pleno, vivificante y mortificador, compromiso de por vida: ha de regar esos latidos, cuidar y mimar las semillas, podar los huracanes, injertar los vendavales, vendimiar las nubes, y ordeñar todos y cada uno de los sueños. Día a día, noche a noche, llanto a llanto, risa a risa... Los defenderá con su pecho ante el granizo y las tormentas. Los abanicará con sus alas en el fuego tórrido del verano. En los inviernos los abrigará en su vello más cálido. Les hablará, los escuchará, los amamantará, les mudará los pañales, los educará y, al fin, ya aprendidos a andar, los estimulará a caminar libres y ligeros por los infinitos caminos de los hombres.

“Yo te pedí que fueras
utilitaria y útil,
como metal o harina,
dispuesta a ser arado,
herramienta,
pan y vino,
dispuesta, Poesía,
a luchar cuerpo a cuerpo
y caer desangrándote.”

Pablo Neruda


El poeta ha de estar siempre alerta. Nunca descuidarse. Jamás habrá de abandonar, ante la hienas carroñeras de la sensatez, del hastío, de la rutina y la injusticia, al destino de bebé recién nacido en su huerto. Llevará siempre consigo –nunca se sabe...–, en el bolsillo de su pantalón, junto al botiquín de las sonrisas, una regadera rebosante de fresca y potable esperanza, o un revólver cargado de cólera.


“Con la poesía sucede lo mismo que con las mujeres:
llega un momento en que la única actitud respetuosa
consiste en levantarles la pollera.”

Oliverio Girondo


Hay poetas que comienzan y acaban en la punta de su pluma... Poetas que te dan la palabra y sólo la palabra. Y no la cumplen. Sólo la palabra sola. Sin su piel, sin su sudor ni su esqueleto, sin el correr de su sangre y el tambor de sus latidos. Sin su sonrisa de amanecer. Sin el firme apretón cálido de su mano, ni el arco iris sonoro de la fragancia de su voz. Sin las tempestades del rayo de la ira, ni el cascado crujir de los huesos. Sin su puño, su caricia, su infancia, su sexo o su mordisco... Poetas de juguete, falsos, de mentira. Poetas entre comillas, aristócratas de la palabra, caramelos de plástico, políticos del verso...
He conocido poetas que, en su vida, jamás escribieron un verso. Su vida era suficiente poesía. He conocido individuos, prolíficos redactores de versos y versos y más versos, sólo versos y nada más que versos: garabatos de tinta en un papel. Meros escribientes de letras muertas.


“El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente,
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente”

Fernando Pessoa


La auténtica y sincera navaja afilada de la poesía siempre apunta, sin contemplaciones, al mismo corazón de tu yugular. Se hace necesario pues respetar a las sangres que antes han regado las raíces de la tierra por sostener en alto la voz de la poesía.
El poeta no es el hacedor de las palabras. No es el que las hace. No... No se confundan. El poeta es el hombre que hace lo que el latir y la respiración de las palabras le dicta. El poeta es aquel que se hace, haciendo aquello que la poesía le encomienda.


“Cuando sobre el papel la pluma escribe,
a cualquier hora solitaria,
¿quién la guía?
¿A quién escribe el que escribe por mí,
orilla hecha de labios y de sueño,
quieta colina, golfo,
hombro para olvidar al mundo para siempre?”

Octavio Paz


Poeta es conciencia. Conciencia de lo humano. Humana conciencia. Humanidad consciente. Poeta es, ante todo, sobre todo, por encima de todo, humano. Humano muy humano. Por y para los humanos, dentro y entre los humanos. Humanidad es poesía para el humano que es poeta. El repugnante enemigo: lo inhumano. Contra ello, a disparar y explosionar y clavar y bombardear y fusilar y ahorcar y rematar, verseando sin piedad y a discreción.
Por eso, casi tiemblan mis letras al dictarme: soy un poco poeta. Aún soy un tierno brote trémulo de aprendiz incipiente. Primeros pasos en un sendero divagante, sin rumbo, sin huellas, sin senderos ni mapas, sin brújulas ni horarios, más que el calor de la sangre y el ritmo de los latidos. Sin embargo, destellan millares de brasas y de hogueras, de soles y antorchas, de chispeantes fósforos y velas, en la espesa negrura de la noche, inmensa, fría, insondable, en que habitan los homopoetas.
Soy un poco poeta... Algo poeta soy... Un poquito poeta... Me repito y repito, a fin de convencerme. Y jamás permitir que me abandone esta locura.
Poeta: fuego, lucha, rabia, raigambre, repetida muerte y continua resurrección. Lágrima hiriente, sonrisa fértil, vuelo libre...
Poeta es el profundo, desgarrante, infinito y doliente error maravilloso de ser humano. La inmensa suerte de sentirse hondamente impuro y atroz, imperfecto y vivo, moribundo y corrupto, como bestia dulce, salvaje, carnívora, tierna y voraz, como tenue huracán densamente poblado de hambres, primaveras, catacumbas, junglas, océanos y cataclismos. Poeta es la obligación de descuartizar cualquier acantilado de silencio que ampute al hombre de lo humano.
Poeta es saber que tu vida es sin dueño, y no es tuya. Un mundo abre sus fauces vaginales al emergente amanecer del poeta. Hombre entre hombres, paseando y aprendiendo su humanidad entre humanos que se la hacen aprender a fuerza del vigor nutritivo del subir y bajar de su incansable y laboriosa azada del día a día, noche a noche a noche. Incluyendo todo tipo de eclipses.
En contra de todo aquello que se ha dicho, el poeta es muy mudo. Mudo entre los gritos. Grito ante los silencios. Todo el desbocado cauce que brota a borbotones de su voz, no es más que el latir de las innumerables voces del planeta, el susurro estruendoso del mundo. Voces de poesía que hacen suyo al poeta, confluyendo, alzando su alarido, desembocando a viva voz de oleajedinamita en la gargantadelta del poeta.

“El poeta es el pueblo que a morir se resiste
en la súbita noche donde todo se olvida.
Donde no hay libertad no hay poeta con vida.
Ningún pájaro vuela donde el aire no existe.”

Agustín Millares Sall


Me digo y me repito: soy algo poeta. Si tal vez, algún milímetro de segundo, me olvido –humano resbalón–, entonces, apriétame los huesos hasta el aullido, deguéllame sin piedad la mirada. Pues un día la poesía abrió su matriz a mis dolores de orfandad y, hoy por hoy, desde entonces y hasta siempre, a ella debo el color completo de mi mirada, el esqueletohimalaya de mis sueños, la densa opacidad de mis abismos, los bombarderosbíceps de mis latidos, el filo del veneno de mis suicidios, el rugir sin halitosis de mis pasos...


“Uno escribe y se siente morir.
Deja uno de escribir
y se muere.”

Pedro Flores


En resumidas cuentas, a la poesía debo la expansión sin malecones ni arrecifes, de todas las locas olas de mis océanos, hacia cualquier orilla que se aleje, aun muriendo, de la muerte.

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